LAS LANZAS O LA REDICIÓN DE BREDA


Las Lanzas o La Rendición de Breda.
Lienzo. 307 x 367 cm. Madrid. Museo del Prado, 1172

PROCEDENCIA: Pintado para el Salón de Reinos, figura en el Palacio del Buen Retiro entre 1635 y 1703. Pasó al Palacio Nuevo en donde se registra en los inventarios de 1772 y 1794. Ingresó en el Museo en 1819.
BIBLIOGRAFIA: Curtis 36, Mayer 78, Pantorba 56, López Rey 80, Bardi 59, Gudiol 76.

Este es el lienzo mayor que tenemos de Velázquez (a falta de La expulsión de los moriscos) y uno de los más conocidos y reproducidos. Fue famoso desde que se pintó para el Salón de Reinos (actual Museo del Ejercito) del Palacio del Buen Retiro en el que (por probable indicación de Velázquez) intervinieron otros pintores, tales como Zurbarán, Pereda, Maíno, Jusepe Leonardo, Vicente Carducho, Castelo y Cajés, ilustrando las victorias de los españoles en las diversas guerras que sostenía, para mantener su hegemonía, la casa de Austria.

Se trataba, pues, de temas contemporáneos y no, simplemente, de historia y algunos de ellos, como este, basados, no solo en las crónicas y boletines de los ejércitos, sino en las obras dramáticas que se estrenaban en los corrales madrileños.

La rendición de la plaza holandesa de Breda (otros escriben Bredá) se relaciona concretamente con una comedia dramática de don Pedro Calderón de la Barca. Todos esos lienzos son, pues, coetáneos, y el de Velázquez se pintó probablemente antes de 28 de abril de 1635. La rendición de Breda tuvo lugar el 2 de junio de 1625 y la entrega de las llaves de la ciudad por el gobernador holandés Justino de Nassau se realizo tres días más tarde; las recibió el general jefe de los Tercios de Flandes Ambrosio de Spínola, de ilustre familia genovesa, a quien, según tradición, el rey había enviado un lacónico mensaje: "Marqués de Spínola, tomad a Breda".

El episodio se sitúa en las guerras mantenidas contra la insurrección de las provincias del norte de los Países Bajos, que, pese a este u otros episodios, concluiría con la independencia de Holanda; la ciudad se perdió para siempre en 1639, al reconquistarla Federico Enrique de Orange. De su sitio y rendición se encargaron tres cuadros, que figuran en el inventario del Museo del Prado con los números 1743, 1747 y 1748, al pintor holandés Peeter Snayers o Snyers (Amberes, 1592-Bruselas, después de 1667), interesantes y acaso mejor documentados que el de Velázquez, pero a cuyo genio no alcanzan, concebidos a modo de paisajes topográficos con pequeñas figuras, en lugar de como una escena entre personajes ante un fondo de decorado, que don Diego recrea con sus humaredas de incendios y sus nubes y horizontes, de modo tan magistral que creemos asistir a una escena real. Esta entrega de las llaves Velázquez no la ha visto más que en el teatro, cuando Spínola contesta al gobernador que se las ofrece sometido:
 
"Justino, yo las recibo
y conozco que valiente sois,
que el valor del vencido
hace famoso al que vence"

frase calderoniana muy reveladora de la gracia y elegancia del vencedor del lienzo velazqueño, que abraza al vencido, haciéndole incorporarse, con la sonrisa, afable y satisfecha, de quien se puede permitir esos lujos. Cuando, más de dos siglos después, José Casado del Alisal pinte su "Rendición de Bailén", no olvidará la lección y hará que el general Castaños se descubra ante los franceses, con un punto de exageración que convierte a éstos en protagonistas, lo que en Velázquez no sucede. Spínola es amable porque ha vencido.
 
La maestría del sevillano convierte una escena convencional e inventada en aparente testimonio de una realidad. El rostro y apostura de Spínola parecen tan personales que se ha supuesto que Velázquez, en su primer viaje a Italia, en el que coincidió, en el barco que hacía la travesía de Barcelona a Genova, con el general victorioso, en agosto de 1629, pudo hacer algún apunte del marqués que había de morir, en su país, el año siguiente. A Justino de Nassau no pudo verlo nunca, como nunca vio el paisaje de Breda; pero, acaso basándose en estampas de uno y otro, consiguió la misma asombrosa realidad, aunque, como ha señalado Pantorba (1955, V, pág. 122) si Spínola aparenta en el cuadro los cincuenta y tantos años que tenía al ganar Breda, Nassau, que le llevaba diez, parece tener menos edad. El marques de Lozoya apunta que dejó intencionadamente sus facciones algo escorzadas.
 
El centro de la composición es la llave, que se recorta sobre el segundo plano, muy luminoso, de los soldados que desfilan. Detrás de Spínola, a la derecha, se agolpan los militares españoles, que Carl Justi ha tratado de identificar, al menos entre los jefes y capitanes: Alberto de Arenbergh, el príncipe de Neuburg, don Carlos Coloma, don Gonzalo de Córdoba, etc., sin que de ello haya total certeza; durante mucho tiempo se ha sostenido que la cabeza con chambergo de plumas que aparece entre el caballo y el borde derecho del cuadro era el autorretrato de Velázquez, lo que solo se basaba en el estilo "de época" que suelen tener las fisonomías de seres pretéritos y que hace que todos los contemporáneos de cualquier momento del pasado nos resulten "parecidos".
 
Tras los jefes aparecen los temidos soldados de los Tercios, patilludos y bigotudos, y sobre sus sombreros asoman las lanzas que han dado su sobrenombre a este cuadro, formando una a modo de reja que hace retroceder la vista del paisaje posterior, marcando un asombroso trompe l'oeil, y contribuyendo por lo demás a acentuar la disciplina de los Tercios; lanzas que, según Ortega, tenían un carácter casi sacro y que en ocasiones se vieron coronadas de misteriosas llamitas. No omite, sin embargo, el pintor colocar en posición inclinada cuatro de ellas, no solo para aumentar la verosimilitud, sino coadyuvando a la oblicua marcada por la bandera y que forma parte de la composición en aspas de esta escena.
 
Tras Justino están los holandeses, más escasos y desperdigados, con las lanzas y alabardas mas cortas y desordenadas y fuertes contrastes de luz y posiciones, marcando la simetría con el caballo, el gabán de ante del holandés de espaldas, tras el cual asoma una silueta de perfil sobre el elegante capitán de blanco, sobre cuyo brazo asoma la cabeza de otro caballo y, detrás de este, otra silueta de perfil que se recorta en el paisaje. Ese caballo "holandés" forma, por otra parte, con el caballo "español" de la derecha un a modo de espacio principal en cuyo centro se encuentran vencedor y vencido.
 
La impresión de aire libre y degradación de tonos y sombras conforme figuras y paisaje se alejan se apoya en una alternancia de luces y claros que prolonga la ilusión de profundidad y de la que Velázquez dará la mejor prueba mucho después, al pintar Las Meninas y Las Hilanderas.
 
Hay que anotar, en esta obra maestra, la libertad del pintor en relación con la técnica que emplea, que no es uniforme, sino que se adapta maravillosamente a las calidades visuales y hasta táctiles de los materiales representados, siendo compacta en el capote de ante, acuarelada en el holandés de blanco, chisporroteante en la armadura damasquinada y banda de Spínola, seguida y larga en la grupa del caballo.
 
Los eruditos han hallado numerosas Fuentes, en Alciato, en el mediocre Bernard Salomon, en Veronés, El Greco, Rubens, etc.; lo curioso es que esas obras "recuerdan" Las Lanzas y no al contrario, lo que demostraría que Velázquez las ha superado.
 
Por otra parte, es de citar la maliciosa observación de Ortega y Gasset: si Velázquez tuvo en cuenta tantos ejemplos, todavía es mas milagrosa la naturalidad de su escena, "el mejor cuadro de historia que se ha pintado en el mundo" segun Justi.




 

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