EL AGUADOR DE SEVILLA


El aguador de Sevilla.
Lienzo. 106 x 82 cm. Londres. Wellington Museum (Apsley House) The Board of Trustees of Victoria and Albert Museum.


PROCEDENCIA:
Juan de Fonseca, en Madrid, 1623. Pasa a G. Bracamonte y de éste a la colección del cardenal infante don Fernando de Austria, Alcázar de Madrid. En 1700-1701 en el Buen Retiro. En 1754 un italiano, el P. Caimo, lo describe en una de sus Lettere ya en el nuevo Palacio Real, en cuyos inventarios de 1772 y 1794 figura. Ceán Bermúdez lo cataloga en su Diccionario Histórico de Bellas Artes de 1800. En 1813 es sacado del palacio y apresado por lord Wellington, que lo lleva a Londres. Fernando VII se lo regala. En Apsley House, más tarde convertida en Wellington Museum, donde figura con el n.° 1608.
BIBLIOGRAFÍA Curtis 86, Mayer 118, Pantorba 21, López Rey 124, Bardi 20, Gudiol 11.

Probablemente es la obra maestra de la etapa sevillana de Velázquez, a no ser (como insinúa, en paréntesis, J. Brown, 1986, pág. 12) que fuera pintado ya en Madrid, en su segundo y definitivo viaje de 1623, que no parece probable, si tenemos en cuenta que el modelo era, al parecer, un corso, llamado "El Corzo", tipo entonces popular en Sevilla, según recogen López Rey (pág. 163), Pantorba (pág. 78) y Camón (pág. 208).

De indiscutible autografía, ya que seguimos su traza desde 1623, en que su autor lo regala o vende al canónigo sevillano don Juan de Fonseca, que tenía en la nueva corte de Felipe IV el cargo de "sumiller de cortina", a la vez eclesiástico y palatino, que, entre otros derechos y obligaciones (mezclados íntimamente en la complicada etiqueta palatina), tenía el de asistir a los reyes en su capilla y descorrer la cortina que los celaba a los cortesanos. Fonseca, como tantos otros sevillanos fue traído a Madrid por Olivares, que, aunque nacido en Roma, pertenecía a Andalucía por sus títulos y amistades y protegió a sevillanos como el poeta Francisco de Rioja y el propio Velázquez, a quien el conde duque hizo llamar por Fonseca a poco de regresar a su ciudad natal después de su fallido primer viaje a Madrid.

El cuadro quedó en el Alcázar y pasó luego al nuevo Palacio del Retiro, donde lo vio Palomino, el primer autor que trata de él (Museo Pictórico, III), aunque en su descripción se aparte de la realidad todavía más que en la Vieja friendo huevos, ya que habla de "la pintura que llaman del Aguador, el cual es un viejo muy mal vestido y con un sayo vil y roto que se le descubría el pecho y vientre con las costras y callos duros y fuertes y junto a sí tiene un muchacho a quien da de beber", y el personaje del cuadro lleva un capote pardo, con manga boba o descosida, que hace asomar la blanquísima camisa, traje de cierta dignidad, pese a su modestia, y que no descubre sino la nobilísima cabeza (para Camón este retrato "prefigura" el del magistrado Don Diego del Corral, por el aplomo y dignidad de su figura y el sosiego y meditación de su actitud). No ha de extrañarnos el error de Palomino, más frecuente de lo que parece en descripciones de obras de arte, en especial antes de la fotografía, cuando había que fiarse de la memoria.

El cuadro pasa luego al nuevo Palacio Real, donde lo vio Ponz, que recoge el elogio (con reparos) del neoclásico A. R. Mengs, y de donde Goya lo grabó al aguafuerte. Pantorba afirma que "es el cuadro que cuenta con mayor literatura antigua". Sacado de Madrid por el hermano de Napoleón, el rey intruso José I cuando tuvo que escapar precipitadamente, fue apresado en su equipaje por el vencedor de la batalla de Vitoria (1813), el general Arturo Wellesley, quien lo llevó a Londres en unión de otras pinturas, preguntando al gobierno español qué debía hacer con ellas. Fernando VII, repuesto en el trono de España, se apresuró a regalárselas; por lo que hoy sigue en el Museo Wellington, en unión de otras dos obras adscritas a Velázquez. La fecha de ejecución oscila entre 1619-20 (López Rey), 1620 (Bardi), 1621 (Pantorba) y 1622 (Gudiol), quien supone que la réplica o copia de la antigua colección Contini-Bonacossi de Florencia, en exceso desdeñada por Pantorba, pudiera ser la primera versión del tema por Velázquez (cf. "Varia Velazqueña", Madrid, 1960, pág. 418, Gudiol: Algunas réplicas de la obra de Velázquez), aunque más tarde (1973) no la incluye en su catálogo. Este ejemplar se diferencia, además de por la ejecución, más seca y dura, por llevar el aguador un gorro o bonete añadido, lo que parece impropio de un copista. Se conocen otras dos, una de ellas en Baltimore, Walkers Art Gallery. El cuadro de Apsley House es contemporáneo de la Vieja friendo huevos o posterior a ella en unos meses, según Beruete, que la encuentra más inexperta de técnica.

La composición es superior en el Aguador, describiendo una espiral luminosa que, partiendo del cántaro del primer término (que el artista sitúa fuera del cuadro, ya en el espacio del espectador, como mucho después el suelo de Las Meninas), y pasando por la alcarraza más pequeña, colocada sobre una mesa o banco (a su vez portadora de una taza blanca), concluye en las tres cabezas de los personajes, por orden de edades, terminando por el viejo aguador. Éste, mientras "saca" la mano izquierda del espacio de la escena, para sujetar el asa del cántaro grande (asombrosamente pintado, con el volumen del mejor futuro Zurbarán, pero con detalles de impregnación y gotitas de "sudor" insuperables), tiende con la diestra una grande y elegante copa de cristal fino, llena de agua transparente, en cuyo fondo se ve la silueta de un higo, destinado según los comentaristas a perfumar el agua, "de virtud salutífera" según Camón, pero que pudiera ser un símbolo sexual. Un niño, con la cabeza levemente inclinada (como el recadero de la Vieja friendo huevos, aunque no parece sea el mismo), se apresta respetuosamente a coger la copa; por su traje oscuro y su cuello parece persona de cierta condición. Entre la cabeza de ambos se interpone, en penumbra, la de un mozo de más edad, que bebe ávidamente de una jarrilla de vidrio.

Se supone que esta composición pudiera significar la Sed, pero más apuradamente las tres edades del hombre, en una suerte de ceremonia iniciática: el viejo tiende la copa del conocimiento (acaso del amor) al adolescente, quien la recoge con la misma gravedad, sin mirarse entre ellos, ni a la copa. El mozo, más vulgar, del fondo, bebe de su vulgar jarra de vidrio soplado, con ansia. Como supone Gallego en su libro Velázquez en Sevilla (1974, pág. 132), "La Vejez tiende a la Mocedad la copa del conocimiento, que a ella ya no le sirve, mientras el hombre de media edad bebe con fruición".

El vidrio transparenta el fruto y el agua, hasta entonces escondida en el cántaro de barro. Domina en esta escena la misma inmovilidad que en la Vieja friendo huevos. El cuidado de dibujo y materia están llevados al extremo.

Dentro de la manera sevillana, Velázquez nunca llegó tan lejos, con la novedad de la aludida rotura del cuadro, esa apertura del espacio del marco hacia el espectador, en cuyo propio espacio, al alcance de la mano en su perfección de valores táctiles, está ya el cántaro grande, precursor de los bodegones de Cézanne y Juan Gris.


 

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