Felipe IV
Lienzo. 57 x 44 cm
Madrid. Museo del Prado, 1183
PROCEDENCIA Colecciones reales. Inventariado en 1794 en la quinta del duque del Arco.
BIBLIOGRAFIA Curtis 122, Mayer 203, Pantorba 29, Lopez Rey 239, Bardi 36, Gudiol 43.
El catalogo del Museo del Prado indica que "al parecer, se pintaba en septiembre de 1628". Pantorba adelanta la fecha en dos o tres años, ya que el modelo no aparenta mas de veinte. Gudiol señala hacia 1625.
Se creía que este busto seria un estudio para otro cuadro mayor, pero al ser forrado en 1923 se comprobó que es un fragmento de un lienzo mas grande, y dada la postura y la línea del peto, pudiera ser ecuestre, por lo que volvió a sospecharse que fuera un pedazo del tan comentado retrato ecuestre del joven rey, que Velázquez expuso en las gradas del convento de San Felipe, causando la admiración de los contertulios del famoso "mentidero" de la Puerta del Sol.
Como inconveniente, entre otros, esta la ausencia de sombrero, prenda obligada en los retratos de jinetes.
Madrazo era de opinión de que fuera fragmento del citado ecuestre, maltratado por el incendio de 1734. Como busto, estaba en 1794 en la quinta del duque del Arco. Es probable, y así lo creía Madrazo y admite Pantorba, que la cabeza sea anterior a la armadura y banda de general, que la cruza, y que deben de ser correcciones o repintes.
Allende-Salazar notaba influencias de Rubens, lo que para el erudito anterior solo seria aplicable, en todo caso, a esos fragmentos ya que en la cabeza no advierte la menor influencia del flamenco, pues esta "pintada con la honradísima y severa factura de Velázquez en su primera fase madrileña"; por otra parte, cree que esta efigie se pinto años antes que las que hizo Rubens, ya que el rey aparenta sin duda menos años.
Según Bardi, una radiografía ha revelado que los rasgos de la cara eran, en principio, semejantes a los del retrato Wildenstein de Nueva York (luego, Strause) de hacia 1625, a los que, mas tarde, se añadiría la coraza y la banda.
Realmente, la cabeza, muy cuidada en sus volúmenes y de factura lisa, parece pertenecer a otra época precediendo a la jugosa y suelta manera de la banda de rojos esplendidos y a la soltura de ejecución de los damasquinados en oro de la armadura.
Al no verse la caída de la banda tras su nudo en el hombro derecho, que, de ser para retrato ecuestre estaría movida por el viento (como las de los de Felipe III y el propio Felipe IV) es difícil saber si este cuadro lo era.
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